Jefferson Randolph está enfadado con el mundo por el brazo que perdió
en la Guerra Civil y la destrucción de su familia. Amargado y solo,
sabe que nunca será feliz hasta que se case con una bella y auténtica
sureña y consiga reconstruir el hogar familiar. Y la última persona que
espera tener que aguantar es a esa fierecilla pelirroja de
Massachusetts, tutora de sus dos traviesas sobrinas, y estereotipo de
todo lo que detesta en una mujer. Una yanqui que se niega a respetar
automáticamente a los hombres, que tiene sus propias opiniones, que
viste con llamativos colores y que está decidida a ser independiente. Y
él está furioso porque no puede dejar de pensar en ella.

Violet Goodwin ha venido al oeste para descubrir lo que le sucedió a
su tío y porqué la mina que le dejó no vale ni un centavo. Ahora, para
poder mantenerse, ha conseguido un empleo como profesora en un exclusivo
colegio para señoritas. Después de que Jeff Randolph es aislado en
cuarentena con ella y sus dieciséis alumnas durante cinco días, no deja
de preguntarse cómo puede sentirse atraída por alguien que tanto la
disgusta. Parece ser un hombre autocompasivo, furioso y emocionalmente
distante. Ella no puede entender porqué fantasea con él, aunque no puede
negar que su físico es impresionante. Apenas se ha dado cuenta de que
le falta un brazo, pero sí que se ha percatado, y muy bien, de las
ridículas ideas que tiene sobre las mujeres. Así que está decidida a
probarle que no hace falta ser joven, tonta y una belleza sureña para
ser una buena esposa.