Una serie de desapariciones se suceden en la ciudad de Edimburgo. Alana se ve envuelta en la investigación cuando su mejor amiga, Sarah, se convierte en una de ellas. Alertada al descubrir que será la próxima víctima, queda aterrorizada cuando comprueba que ha sido cómplice de la desaparición, y más cuando los datos indican que el origen de los crímenes se sitúa en los albores del siglo XVIII, en una bruja de su mismo nombre que fue condenada a morir en la hoguera.

A partir de ese momento, Alana se verá obligada a luchar contra el tiempo, la razón, la magia y un hombre que sabe será el causante de su muerte, aunque no puede evitar sentirse irremediablemente atraída hacia él. ¿Conseguirá Alana cambiar el pasado evitando así lo sucedido en el futuro o sucumbirá a su propio destino?

Con este libro me va a costar un poco hacer un balance objetivo porque he tenido sensaciones bastante contradictorias con él.

No esperaba una historia de suspense basada en las desapariciones de las chicas, así que el viaje al pasado con el consecuente cambio de escenario no me ha descentrado.

Uno de los problemas del libro es que mezcla demasiados temas que no terminan de encajar bien: chicas desaparecidas, viajes en el tiempo, brujería, Escocia, amor, traiciones...

En mi opinión la brujería y la búsqueda de la amiga sobran.

Podían acusar a cualquier mujer de brujería sin necesidad de que fuera cierto, y tampoco es que ese poder descontrolado de Alana tenga gran incidencia en la historia más allá de conseguir volver al pasado.

La autora podía haber buscado cualquier excusa para el viaje al pasado. He «visto» viajar en el tiempo a través de un DeLorean, de una simple puerta, de una máquina que se comprime en una cápsula Hoi Poi y de una pieza de ajedrez, entre otras maneras.

Y la búsqueda que Alana convierte en su objetivo no aporta nada, más bien al contrario, porque eso es lo que me ha chafado el libro. Sarah es un mero lastre y la forma de resolver ese tema me ha dejado una sensación de desazón.

Conclusión: tanto la brujería como Sarah eran innecesarias para contar una historia que habria seguido su curso igual.

No era necesaria ninguna excusa para viajar en el tiempo por error y no era necesario destrozar una buena historia con una misión que acaba en desastre.

Como no me entusiasman las historias de highlanders —a excepción de un par de joyas dignas de leer varias veces—, no me gustó  la idea de que el viaje fuera a la Escocia medieval.

Sin embargo, después de la desilusión inicial, la cosa se puso interesante y estaba bastante enganchada con un matrimonio de conveniencia, una enemistad que se convierte en pasión y viceversa, un poco de misterio y un fuerte choque de costumbres.

Incluso en un principio tenía dudas de quién era el protagonista masculino y eso le da un toque de incertidumbre a la trama. Igual que Alana, no sabía de quién fiarme.

La trama me estaba gustando, los protagonistas también, la novela está bien escrita y resulta amena. Pero, cuando más lo estaba disfrutando, ha llegado un giro de la trama que ha sido un jarro de agua fría que me ha dejado una sensación de desazón y decepción.

En el tramo final de la primera parte el castillo de naipes no ha aguantado más. Es una lástima porque la historia iba muy bien y después de eso, las  partes restantes —mucho más cortas— han perdido sentido.

Como he dicho, sobran la brujería y Sarah. Sobre todo Sarah. La historia podía tener lugar sin su presencia y, más importante, ella no interviene en la paradoja temporal.

Y hablando de paradojas temporales, hay que esperar cualquier cosa porque se convierten en un círculo vicioso —algo que es frecuente en estos casos—. Aunque pueden dar dolor de cabeza, siempre las encuentro curiosas y retorcidas, pero entretenidas.

Alana es el personaje con el que más he empatizado. En parte, porque está escrito en primera persona; y, en parte, porque está tan desconcertada como el lector, sin saber de quién puede fiarse. Esperaba unas excusas más sólidas de parte de su padre y su abuela para haberla rechazado, casi repudiado, y no esa sarta de milongas que cuentan de paso y sin remordimientos.

Como el protagonista masculino no está claro desde el principio, no le voy a mencionar para mantener el misterio.

La historia de amor parecía de los romances medievales bonitos, podía haberlo sido si la autora no hubiera rizado el rizo hasta un punto en el que hace que la trama pierda sentido y no me queden claros los sentimientos del protagonista —no hablo sólo de sus sentimientos por Alana—.

Secundarios encontramos muchos, tanto en el futuro como en el pasado, y los hay que sorprenden, enternecen, decepcionan, divierten o enfadan.

Al final hay que estar abierto a paradojas temporales y revelaciones, quizás demasiado rápidas.

Llegó un momento en el que la historia me enganchó de verdad y me estaba gustando mucho y, aunque el final es bonito, no sé si la decepción del tramo final se ve compensada por ello, porque siento que la historia ha quedado empañada por un giro innecesario.

Me quedo con algunas escenas que me parecieron bonitas y con que eso me ha dado ganas de leer de nuevo algunas historias medievales.