pongo otro trozo a ver si alguna chica lo reconoce
—Esa canción… —susurró.
—Bonnie Laddie, Highland Laddie. Es una canción un poco tonta sobre un escocés que lleva una gorra.
XY se aclaró la garganta e intentó reprimir la risa que pugnaba por salir de su garganta.
—Sí, claro. Hace mucho tiempo que no oía la letra original. La había olvidado.
Él emitió un sonido estrangulado y desvió su mirada por un momento.
—¿Estás bien, XY?
En silencio, XY se resistió a sonreír.
—Ya sé que no tengo una voz prodigiosa —murmuró XX, sonriendo con ironía—, pero hasta ahora nadie se había reído de ella. Sin embargo, si te parece divertido, cantaré más a menudo.
—Dudo mucho que la letra que tú conoces sea tan divertida como la que recuerdo yo. —XY observó cómo XX ladeaba la cabeza y lo miraba con sus ojos color aguamarina muy abiertos—. Pareces un gato cuando me observas con tanta calma.
La intensidad de la mirada de XY dejó sin respiración a XX. Notaba una extraña sensación en la boca del estómago, como si él estuviera acariciando su cabello. Pero no la estaba tocando. Sólo la observaba.
Haciendo un gran esfuerzo, se obligó a hablar.
—¿Cómo es la letra que tú conoces?
—Es muy larga.
—Mejor. Enséñamela y cantaremos juntos.
XY apretó sus labios para detener la sonrisa que amenazaba con vencer sus esfuerzos por controlarse.
—La letra que yo conozco te horrorizaría.
—¿Por qué?
—Habla del báculo de Adán, entre otras cosas —respondió XY sin mostrar ninguna emoción.
XX parecía perpleja.
—¿Por qué tendría que horrorizarme hablar del báculo de Adán?
—También se le conoce como la azada, la caña de pescar, la baqueta de tambor, la candela romana, el hierro de marcar, la daga, la espada, la varilla de zahorí, el bastón, la pistola y, últimamente, el rifle de repetición. —La voz de XY vibraba intentando reprimir la risa—. También tiene otros nombres. Muchos más. Y cada uno, es un verso de la canción que cantabas.
XX frunció el ceño.
—Una herramienta que sirve para muchas cosas, ¿no crees?
XY se rindió al fin, echó la cabeza hacia atrás y se rio sin poder contenerse.
Aquel profundo y masculino sonido hizo que XX se sintiera como si estuviera cerca de una hoguera, logrando que parte de la tensión que la agobiaba desapareciera. La inundó una sensación de alivio que casi la mareó y que le hizo ser consciente de lo mucho que había temido no poder hacer sonreír a su esposo nunca más.
—Como tú has dicho —consiguió decir XY finalmente—, es una herramienta con multitud de utilidades. Por suerte, Eva estaba igualmente bien dotada.
XX pestañeó.
—¿Cómo?
—El báculo de Adán tenía su complemento en Eva.
—No lo entiendo.
—Eva disponía de un campo fértil que Adán podía cultivar —explicó XY serio—, un estanque donde podía pescar, un pozo muy profundo que tenía que descubrir con su vara de zahorí, una suave funda para que su cuchillo o espada descansaran dentro… Ah, veo que el entendimiento empieza a iluminar tu rostro.
XX se ruborizó y se cubrió la boca con las manos, pero no pudo evitar que se le escaparan unas risitas. Su risa era contagiosa e hizo estallar a XY de nuevo. Pronto, XX se reía tanto que tuvo que apoyarse en la puerta de un armario para no caerse.
XY no estaba en mejores condiciones. Hacía años que no tomaba el pelo a XX hasta el punto de que ambos quedaran agotados de tanto reírse. No se había dado cuenta, hasta ese momento, de cuánta vida le había faltado.
—Te he echado de menos —confesó antes de poder pensárselo dos veces.
—No tanto como yo a ti.
—¿Me has echado de menos?
—Oh, sí —respondió ella secándose las lágrimas que le caían por las mejillas de tanto reírse—. Cuando estás conmigo, nunca oigo el viento.
—Qué extraña razón para echar de menos a alguien.
—Las elfas son criaturas extrañas.
XY se quedó mirando las puertas de los armarios abiertos.
—Sí, lo son. ¿Por qué has abierto todos los armarios, pequeña elfa?
—Buscaba la cafetera.
—Está sobre la estufa.
XX se irguió y miró fijamente la panzuda estufa. No vio nada más que un recipiente abollado que parecía una jarra alta y más bien estrecha. Era más ancha en la parte de abajo que en el extremo superior y tenía una ligera protuberancia en el borde. Un asa metálica sobresalía por encima de la tapa.
—Una cafetera sobre la estufa —dijo en tono neutro.
—Mmm…
El sonido que emitió XY era parecido al que haría un gran gato satisfecho. XX lo miró por debajo de sus espesas pestañas rojizas.
—¿Y cómo funciona esta cafetera?
—Es muy fácil. La llenas de agua, la pones en la estufa hasta que hierva, añades el café, dejas que hierva un poco más y luego añades un poco de agua fría para que el café se deposite en el fondo.
—Ah —musitó animándose—. Es realmente sencillo.
XX se acercó a la estufa, quitó la tapa y buscó a su alrededor una jarra de agua. No había ninguna.
—El agua sale de la bomba —comentó XY—. Estoy seguro de que sabes qué aspecto tiene una bomba, ¿verdad?
—¿Te burlas de mí?
—No lo sé. Las elfas son criaturas impredecibles. Es difícil estar seguro de lo que saben.