a mmi aun que lo pongas ....creo que no lo voy a adivinar en la vida...

Dama Venga pongo trocito

—Déjeme adivinar... Iba a encontrarse con su amor. —La palabra sonó grosera en su boca, y ELLA tuvo que apretar los labios para evitar una réplica mordaz.
—¿Cómo lo ha sabido?
Él rió sin pizca de humor.
—Querida, es usted tan predecible como la lluvia en Inglaterra... ¿Cree que no he notado su inquietud estos días? ¿Que no la he visto recorrer los pasillos una y otra vez? Únicamente he tenido que atar cabos y esperar para ver si tenía el valor de arriesgar su reputación sólo para ganarme la partida.
—¡Esto no es un juego!
ÉL permaneció callado y extrañamente inmóvil; sólo la rapidez con la que latía el pulso en su garganta daba fe de la agitación que sentía. A pesar de haber sospechado lo que ELLA se proponía, había tenido la esperanza de que en el último momento se echara atrás, y justo esa noche, cuando pensaba que la sospecha había sido infundada, había oído los pasos leves de la mujer en el vestíbulo. No recordaba haber experimentado nunca antes tanta furia como la que había sentido al ver que ella se disponía a ridiculizarlo no apareciendo en la boda.
—Sea como sea, mañana se casará conmigo... ¡Y nada ni nadie podrá impedirlo!
—Pero ÉL —intervino ELLA, cuya voz sonó conciliadora—, este matrimonio será un fracaso y nos hará desgraciados a los dos.
—Limítese a concebir hijos sanos y fuertes, y le aseguro que por mi parte me daré por satisfecho.
—Pero... ¿y yo?
ÉL acercó peligrosamente su cara a la de ella, y ELLA pudo ver el frío brillo de sus ojos azules y el gesto amargo de su mandíbula cuando respondió:
—Puede estar tranquila. Hasta ahora ninguna mujer se ha quejado de lo que ha encontrado en mi cama.
ELLA enrojeció violentamente al darse cuenta de que él la había malinterpretado. Apartó la cara para así poner un poco de distancia entre ambos, ya que él la mantenía encerrada con los brazos apoyados en la pared, y exclamó, exasperada:
—¡No sabe nada del amor!
ELLA hizo un gesto despectivo.
—¡Bah! Sé lo suficiente: el amor vuelve débiles a los hombres, y a las mujeres, por lo visto..., las convierte en putas.
Indignada, ELLA alzó la mano dispuesta a abofetear el hermoso rostro de ÉL, pero éste la agarró de la muñeca y, levantándole el brazo hasta pegarlo a la pared, se abalanzó sobre su boca, lo que provocó en ella tal cataclismo que por un momento no pudo reaccionar. Al sentir la lengua de ÉL tratando de abrir sus labios, intentó apartar la cara y soltar su brazo, pero él no la dejó, y poco a poco, ELLA empezó a ser consciente de la calidez de la boca del hombre sobre la suya, la suavidad de la lengua que la acariciaba, el perfume de su aliento. Entonces, sin percatarse realmente de lo que hacía, aflojó los músculos y entreabrió los labios para acoger gozosa la plenitud del beso y responder sin reservas.
Ante la rendición femenina, ÉL se estremeció y, cegado por un deseo como no había sentido nunca antes, ahondó en el beso, embriagado por la dulzura de la boca de ella. Soltando la muñeca que aún aprisionaba, acarició con embeleso la espalda y la cintura de ELLA, que completamente seducida colocó la mano que acababa de ser liberada en el cuello de él, solazándose con su firmeza y la suavidad del oscuro pelo. Cuando el beso se convirtió en una dulce lucha febril entre ambos y ÉL comenzó a acariciarle uno de sus pechos, ELLA jadeó, excitada, y fue precisamente ese sonido el que rompió el embrujo del momento, ya que la joven, de repente, tomó conciencia de su asombrosa respuesta a las atenciones del hombre.
ÉL notó la tensión y el rechazo del cuerpo que tan sólo unos segundos antes lo acogía con la misma hambre que mostraba él, y bruscamente se apartó para encontrarse con los ojos oscuros de ELLA, que lo miraban desorbitados.
Ella no dijo nada; se limitó a tapar sus labios con el dorso de la mano y, dando media vuelta, salió corriendo del despacho. A sus espaldas quedó un ÉL jadeante y profundamente conmocionado por lo que acababa de ocurrir, ya que nunca antes se había perdido tan completamente en brazos de una mujer.
Cuando llegó a su dormitorio, ELLA se dejó caer de bruces sobre la cama mientras sollozos de temor e incredulidad sacudían su cuerpo. Se decía que acababa de traicionar su amor por AMOR DE SU INFANCIA, y jamás antes lo había visto de ese modo. Ni siquiera cuando DIFUNTO ESPOSO había hecho uso de su derecho marital, había considerado que eso supusiera una traición, pues ni una sola célula de su cuerpo había estado implicada en esos intercambios impuestos. Entonces, ¿por qué ahora se sentía tan mal?

No lo he leído seguro, pero me interesa saber el título, los dos trozos tienen buena pinta

Y de repente tú de Lola Rey.

Exacto, pricesa! Te toca

P.D.: Te lo recomiendo mucho, sombra, aunque nunca le había dado una oportunidad a esta autora me ha acabado gustando mucho Sobretodo este libro en concreto

Ok, lo pondré en pendientes entonces

Sigo...
No, comprendió de pronto. VIEJO no le había dicho que XX hubiera muerto; dijo que había muerto una parte de ella. Y que, más que ninguna otra persona del clan, XX era una luchadora. Si XY sabía algo con seguridad, era que los luchadores no se suicidaban. Frunció el entrecejo.
XX notó que había algo extraño en el modo en que la estaba mirando XY. Su expresión era dura, y sus ojos azules ardían de intensidad, como si intentara ver dentro de ella. Nerviosa, volvió el rostro temiendo haberle revelado demasiado.
—Creed lo que queráis, XY —terminó en tono indiferente rascándose la cadera-. Este asunto no es de vuestra incumbencia.—Escupió en el suelo para crear efecto, se puso las botas y acto seguido encorvo los hombros y echó a andar en dirección a su caballo. Pero XY la agarró por el brazo herido y le arrancó un grito de dolor.
XY aflojó la mano, pero no soltó su presa. En vez de eso, asió el cuello de la camisa y la desgarró de un fuerte tirón que dejó al descubierto el brazo vendado y una parte del pecho. XX dejó escapar una
exclamación ofendida y tiró de la tela, pero sabía que ya era demasiado tarde. XY había visto la banda
de lino que le vendaba los senos. Y, por si aquello no fuera suficiente, vio que el hecho de ver aquel vendaje estaba trayendo de nuevo los recuerdos de la noche anterior.
Se quedó mirando a la joven que tenía ante sí, estupefacto. Estaba tan sucia y desaliñada como un momento antes, pero de pronto no pudo imaginarse confundirla con un chico. Sus facciones eran demasiado finas y delicadas, sus ojos grises demasiado grandes y hermosos. La furia había hecho
desaparecer aquella postura desgarbada propia de un jovenzuelo, y le había enderezado la espalda para poder mirar a XY a la cara con toda su rabia.
—Dios mío —jadeó él, abrumado—, estáis viva.
—¡Sí! —escupió ella lanzándole una mirada de pura cólera—. ¡Y no precisamente gracias a vos, XY!
—¿Pero por qué? —quiso saber él, todavía luchando por creer que el chico con el que había hecho tanbuenas migas era en realidad una mujer—. ¿Por qué habéis fingido estar muerta?
—¡No tenía otra alternativa! —siseó XX—. MALVADO atacó y asesino a mi padre porque quería que yofuera su mujer, aunque para ello tuviera que matar a todos los miembros de mi clan con el fin de obligarme a aceptar. Sólo mi muerte podía detener su brutalidad.
«Roderic.»
—Cuando comprendí por fin que no ibais a venir, y que mi clan no podía derrotar a sus guerreros, incendié la torre, sabiendo que podría escapar a través de un pasadizo secreto que conducía al nivel interior del castillo.

Lo sé pero dejo a otra que yo puse antes

Ni idea

MissCherry escribió:

Lo sé pero dejo a otra que yo puse antes

No tengo tiempo de poner otro fragmento, así que puedes decir que libro es.

En ese caso resuelvo (si es que estoy en lo correcto ) Y que otra chica ponga trozo, para no repetirme en turno tan seguido

Puede ser Guerrero de leyenda de Karyn Monk?

MissCherry escribió:

Puede ser Guerrero de leyenda de Karyn Monk?

Si, es este. Y puedes seguir tú, si quieres. No importa si repetimos turnos, se trata de quien lo adivina primero.

pricesa escribió:

Si, es este. Y puedes seguir tú, si quieres. No importa si repetimos turnos, se trata de quien lo adivina primero.

Ya no estaba segura por que lo leí hace mucho tiempo Bueno, pues pongo:

Deseaba...
No sabía lo que deseaba. Toda ella era deseo. Estaba anhelante, sedienta. Un estremecimiento la recorrió.
Entonces dejó escapar un gemido de placer, el suave sonido de su anhelo femenino. Eso penetró en su sueño, arrancándola de las profundidades de su fantasía. La voz le resultaba familiar, el sonido no. ¿Quién lo había hecho?
Un súbito aliento en su oído la despertó de golpe.
«¡No era un sueño!»
Con una sacudida, se apartó de aquellas manos, pero el cuerpo al que pertenecían cayó con dureza sobre el suyo. Inspiró para gritar, pero sus labios fueron sellados. Las manos apresaron las suyas, presionándoselas contra el colchón. Su cuerpo se hundió en la base de plumas mientras forcejeaba bajó el peso.
La aspereza de la piel sin afeitar del intruso le arañó la cara cuando sus labios se posaron sobre los de ella acariciándoselos una y otra vez. El miedo la invadió, dejándola sin respiración.
¡No podía moverse, no podía gritar! Abrió los ojos de par en par en la oscuridad al sentir que la lengua del hombre se deslizaba entre sus labios y una de sus rodillas le separaba los muslos desnudos.
La boca de él era cálida, y sabía a brandy y a tabaco. Lo ajeno de ese sabor hizo que tomara la determinación de hacer algo. Arqueándose debajo de él, trató de apartarlo, pero el resultado de su acción fue una suave carcajada del hom­bre; grave, gutural.
Su lengua seguía explorando su boca sin tregua, entrando y saliendo a un ritmo que hasta una solterona como ella reconocería como perverso. Soltándole entonces él una de las manos, le acarició el brazo con la palma. LA PROTAGONISTA le empujó por el hombro, pero en vano. Sus fuerzas de nada servían contra las de él.
Extendió entonces en la oscuridad la mano que él le había dejado libre, con la intención de agarrar algo, cualquier cosa...
«¡El candelabro!» Grande y ornamentado, sostenía tres velas, y pesaba tanto que casi se necesitaban las dos manos para levantarlo. Recordaba haberlo dejado en la mesilla de noche. Rogó a Dios que estuviera cerca.
Se estiró y se sintió aliviada cuando las yemas de sus dedos rozaron la base lisa del objeto, aunque no pudo agarrarlo con firmeza. Lo intentó nuevamente, pero justo entonces se quedó paralizada al notar que su asaltante le estaba bajando el camisón por un hombro. Cuando el escote de la prenda no dio más de sí, se limitó a dar un fuerte tirón hasta que la prenda se abrió por una costura.
«No.» LA PROTAGONISTA retrocedió al oír como la tela se desgarraba, y sintió un espasmo que le cerraba la garganta en el momento en que él tomaba uno de sus pechos en una mano. El calor que emanaba de su palma le abrasó la piel, lo cual despertó en ella una oleada de alarma, y reanudó su frenética búsqueda del candelabro.
Él le masajeó brevemente el pecho y entonces se detuvo. Una vez más. Los cálidos dedos se deslizaban por la piel de ella explorando, trazando los contornos de su pecho. A continuación, levantó un poco la cabeza, permitiéndole a LA PROTAGONISTA recobrar el aliento.
—¿OTRA MUJER? —susurro él.
Viendo su oportunidad, ella se echó a un lado, cogió el candelabro y lo blandió en la dirección en que calculaba que debía de estar la cabeza del hombre, profiriendo un grito tan tremendo que despertaría a un muerto.
Se desplomó sobre ella, un peso casi asfixiante. LA PROTAGONISTA lo empujó tratando de zafarse de la presión, cosa que sólo consiguió a fuerza de dar bruscas sacudidas con la pelvis contra la de él.
Justo cuando logró alcanzar el borde de la cama y sacar el extremo del camisón pillado debajo del hombre, la puerta de la habitación se abrió de golpe. La llama de una vela la obligó a apartar la vista. Sujetándose el camisón desgarrado sobre los pechos, permaneció de pie, temblando, mientras el caos estallaba en la pequeña estancia.
—¡Señorita PROTAGONISTA!
—¿Qué...? ¡Dios mío!
—Ese grito...
El alboroto de voces aturdió a LA PROTAGONISTA, que extendió la mano para sujetarse del poste tallado de la cama. Deslumbrada, apretó los ojos y las rodillas con fuerza para mantener el equilibrio, ignorando el parloteo de sus, por así llamarlos, rescatadores, para concentrarse en permanecer erguida.

No me suena , pero me alegro de ese golpe en la cabeza al protagonista con el candelabro

Quiero saber como continua!!

Creo que lo he leido y se como continua la escena, pero hasta ahi llego

ni idea, pero parece interesante

nada...

Siento que lo he leído, pero no recuerdo el libro , sólo se me vine a la mente uno de Sarah McCarty, pero no sé, creo no lo es

cotetinha escribió:

Siento que lo he leído, pero no recuerdo el libro     , sólo se me vine a la mente uno de Sarah McCarty, pero no sé, creo no lo es

No, no es esa la autora

Puedes poner otro trocito?, a ver si me refresca la memoria

Venga, otro trocito

—¿Hizo... hizo eso... eso que hacen los peces? ¿Lo llamó un loco asaltante de... de inocentes? —prosiguió LA PROTA, y le sonrió.
Él se quedó embobado ante la dulzura de su sonrisa. Sus pequeños y regulares dientes blancos relucían, y unos pequeños hoyuelos se adivinaban en sus mejillas, otorgándole un aspecto de intrigante encanto.
De pronto, el significado de sus palabras penetró en su cerebro y se quedó mirándola fijamente.
—¿A qué se refiere con eso que hacen los peces?
Ella se irguió en el asiento, al tiempo que se serenaba.
—Lo siento, milord. Sin duda, me he excedido.
—Explíquese. —EL PROTA la miró con los ojos entornados.
Ahora sí que había metido la pata, pensó LA PROTA. Abriendo mucho los ojos, trató de buscar una vía de escape. Miró el horrible y recargado saloncito, que se limitó a seguir tal cual, sin sugerirle ninguna escapatoria posible. Entonces sintió que unos cálidos dedos le cogían la barbilla, y se vio obligada a mirar a los ojos velados de un hombre súbitamente peligroso.
—¿Qué es eso de los peces?—repitió.
No tenía alternativa.
—Vera, aquella noche, cuando todos entraron y lo encontraron en mi cama, y supusieron que usted me había... Bueno, su padre irrumpió en la habitación, ya sabe, boqueando como un pez. Abrir, cerrar; abrir, cerrar; abrir... —Se detuvo, segura de que la férrea mano de la nobleza caería sobre ella. Observaba a EL PROTA como un conejo observaría a un halcón, con fascinación a pesar de saber que la muerte estaba próxima
El hombre le sujetó con más fuerza la barbilla, con los la­bios apretados en una línea estrecha y blanquecina. Los tendones de su cuello se tensaron y comenzó a temblar de... ¿ira?
Una sonora carcajada disipó todos los miedos de LA PROTA. Él se estaba riendo. Había estallado en estruendosas carcajadas. Aturdida de alivio, LA PROTA decidió que aquel hombre le gustaba, le gustaba mucho. Tal vez demasiado.
Sus ojos lo estudiaron con un ansia que no quería admitir ni siquiera ante sí misma. Qué hombre. Era alto, eso sin duda, y tenía unos hombros anchos, una abundante mata de pelo oscuro y rebelde, y un sensual gesto en los labios que la obligaba a controlar un escalofrío cada vez que los miraba.
—¿Un pez? —logró decir EL PROTA entre risas—. Oh, Dios. Es fantástico. Le viene como un guante. —Le sonrió—. Suena como algo que bien podría haber dicho mi hermano.
¿Un hermano? Era verdaderamente asombroso que pudiera haber sobre la tierra dos hombres igual de hermosos.
Pero no, había hablado de su hermano en tiempo pasado. Al parecer, ya no estaba en este mundo.
LA PROTA dejó de sonreír. Se sintió triste. Ella conocía esa clase de dolor, el vacío que dejaba la pérdida de alguien. Lo sentía a diario. Con un gesto impulsivo, posó su mano en la de él.
—Lo siento. Debe de echarlo mucho de menos.
La sonrisa de EL PROTA se desvaneció, y la miró largo y tendido.
—Sí, aún le echo de menos. Supongo que siempre lo haré. Era mi mejor amigo.
—¿Qué le ocurrió? O tal vez no desea hablar de ello.
—Hay poco que decir. Murió mientras cazaba en Dearingham. Nadie sabe realmente qué ocurrió. —Su expresión se había tornado impenetrable de nuevo y fría.
Su voz sonó desapasionada, aunque LA PROTA podía ver el do­lor en sus ojos. Le apretó la mano con más fuerza.
—¿Tiene más? Hermanos, quiero decir.
—No, sólo HERMANO y yo. El heredero y el otro. —Sus labios dibujaron una cínica curva.
—No puedo creer que su padre llamase así a su herma­no. El otro. Qué cruel.
—No, claro que no. Yo —dijo con la misma sonrisa seca— era el otro. Recuerdo que lo decía a menudo.
LA PROTA se puso furiosa.
—Lord EL PROTA, no me gusta su padre. No me gusta nada.
Él negó con la cabeza, incrédulo.
—Señorita PROTA, cuando nos casemos, no debería enfrentarse a él. Mi padre jamás olvida un insulto. Podría ponerle las cosas muy difíciles.
—Oh, Dios. ¿Ya estamos con eso otra vez? Lo siento mucho, lord EL PROTA, me parece usted un caballero muy agradable, pero no tengo deseo alguno de casarme.

Sé que lo he leido, pero ahí me quedo