LA BELLA
La aristócrata empobrecida Isabella Vernaducci provocaría a la mismísima muerte para rescatar a su hermano encarcelado. Aunque el miedo oprimiera su corazón, desafiaría la embrujada y maldita guarida del león: el amenazante palazzo del legendario y letal Nicolai DeMarco.
LA BESTIA
Los rumores decían que el poderoso Nicolai podía dominar los cielos, que la bestia de abajo cumplía su orden. . . y que fue condenado a destruir a la mujer que tomó como esposa. Se murmuraba que no era totalmente humano… tan indomable como su melena morena y sus afilados ojos ambarinos.
EL TRATO
Pero Isabella encontró a un hombre cuyo gruñido era aterciopelado, que ronroneaba cálidamente y cuyos ojos guardaban un oscuro y arrollador deseo. Y cuando Nicolai le ordenó que a cambio de su ayuda fuera su novia, ella entró de buena gana en sus musculosos brazos, rezando para que pudiera salvar el alma torturada de él…. sin sacrificar su propia vida…

LA BESTIA
Extrañas y retorcidas esculturas y horrorosas gárgolas adornaban el palazzo de la gran familia Scarletti. Pero un secreto todavía más espantoso acechaba dentro de sus torreones sacudidos por la tormenta. Cada novia que entraba en sus peligrosas paredes estaba condenada a salir en un ataúd.
LA NOVIA
Nicoletta no tenía terror de las antiguas maldiciones y tampoco miedo al matrimonio… hasta que miró los fascinantes ojos de Giovanni Scarletti. Había jurado que ningún hombre la dominaría y había pensado que su don de curación la hacía diferente. Pero él tenía el derecho de escoger a una novia de entre su gente… y la había elegido a ella.
EL TRATO
Obligada por el deber y atraída por el deseo, se puso bajo su protección , y rezó para que este poderoso y atormentado hombre fuera el destino de su corazón y no la desaparición de su alma.

Cristina, una joven española experta en arte, es convocada por el dueño de un castillo en Irlanda para que tase algunas de sus más preciadas posesiones. Cristina queda fascinada desde el primer momento por el castillo y por sus habitantes, e intrigada por la leyenda de un fantasma que circula por las salas... leyenda de la que se ríe hasta que topa con el fantasma de Dargo, al que una maldición ha hecho deambular por las estancias del castillo desde hace cuatrocientos años, en busca de una reliquia sagrada que pueda liberar su alma.

Estamos en un mundo poblado por distintos seres: arcángeles, ángeles normales, vampiros, cazadores y humanos. Los arcángeles tienen un poder enorme y llevan milenios entre nosotros. Son criaturas bellísimas, aladas, cuyo origen está envuelto en un velo de misterio, y a quien los humanos pueden solicitar la inmortalidad. O dicho en otras palabras: pueden pedirles que los conviertan en vampiros. Si un ángel crea a un vampiro, este deberá servirle durante cien años. A veces, cuando una persona alcanza la inmortalidad, puede creerse con el derecho de saltarse las normas. Ahí es donde entra el Gremio de Cazadores.
Elena es una cazadora nata. Es más fuerte que un humano normal y tiene un sentido del olfato mucho más desarrollado, lo que le posibilita seguir el rastro de un vampiro y capturarlo. Es la mejor del Gremio, así que cuando el arcángel de Nueva York necesita un cazador, es ella la persona asignada. Sin embargo, Elena no está nada contenta, porque los arcángeles son tremendamente poderosos, son seres letales que no sienten ningún respeto por los humanos. Por esas mismas razones tampoco se ve capaz de negarse, así que asume una misión que podría ser su sentencia de muerte. Una teoría que toma cuerpo cuando el arcángel, nada menos que Rafael, le dice que su presa no será un vampiro, sino otro arcángel. Las preocupaciones de Elena tienen mucho fundamento: cuando haya cumplido la misión, si es que la cumple, los arcángeles querrán deshacerse de ella, pues habrá descubierto demasiados secretos sobre ellos, y es muy raro que durante milenios no se haya filtrado ninguna información.
Rafael también comparte ese punto de vista aunque… cada vez se ve más intrigado por esta cazadora, que osa desafiarle y cuestionar sus métodos. Rafael ha vivido lo suficiente para saber que, cuando tiene entre manos algo o a alguien que le fascina, no debería soltarlo.